Conectar cultura y educación es una de las claves para que una sociedad pueda avanzar. José Weinstein

julio 20, 2020 Por antenna

En Visiones Compartidas

“Así como sea la escuela, así será la sociedad entera” decía Gabriela Mistral. La cultura es la fuerza que nos enseña el asombro y nos permite avanzar hacia una educación integral. Cuando la Educación se limita a la asimilación de conocimientos y no se entiende como formación integral que busca ayudar a las personas a ser más libres, juiciosos y felices, se pierde su vocación más importante.

Este texto es parte de un documento mayor redactado por José Weinstein, sociólogo, académico y experto en temas culturales, para el libro Cultura y Desarrollo del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio 2010.

El tema de nuestra identidad es fundamental para la educación, que tiene el enorme desafío de crear ciudadanos del mundo, que sean al mismo tiempo verdaderamente chilenos.

Así, nuestra educación, a la vez que entrega las herramientas para introducirnos en los lenguajes globales, debe desarrollar y hacer un buen uso del lenguaje propio de Chile.

Tenemos que ser capaces de transmitir a través de la educación el valor del patrimonio universal, pero al mismo tiempo, el valor del patrimonio propio, tangible e intangible, y ello no es fácil en una época en que también los sistemas escolares se han globalizado.

Educar en lo global pero también en lo nacional y en lo local, es lo relevante cuando hablamos del sentido de la educación y cuando afirmamos que debemos orientar nuestra educación hacia el desarrollo cultural.

La cultura es fundamental para la tarea educativa, porque ella es una meta, una condición para nuestro desarrollo y uno de sus factores primordiales. Pensar que la finalidad del proceso político y económico de nuestras naciones está en la economía misma es ver las cosas con miopía.

En este esquema, la cultura y el humanismo aparecen postergados, como si hubiesen perdido importancia frente a las exigencias de una formación dirigida exclusivamente hacia lo práctico. Pareciera ser que hemos olvidado las enseñanzas que nos dejaron las catástrofes históricas del siglo XX, en las que parecía ya conquistada la necesidad de defender la cultura y de unirla a la educación como la forma más eficaz de defender la libertad.

El desarrollo con la finalidad de más desarrollo no es otra cosa que un círculo vicioso, que en su descuido atenta en contra de los valores más preciados del ser humano.

Mientras más culta es una sociedad, más firmes son sus principios democráticos. Muchas veces se dice que el asentamiento de los valores en un país depende de su proceso educativo. Pero, ¿de qué educación se trata? ¿En qué se educa? ¿Hacia qué se educa? ¿Cuáles son los contenidos valóricos que se transmiten a través del proceso educativo?

La respuesta a una buena parte de estas preguntas, es la cultura, que proporciona en gran medida los contenidos de la educación, esos que no son meros conocimientos ni puro adiestramiento en técnicas y habilidades, sino esos que llevan dentro de sí valores, hábitos y costumbres; las metas de una sociedad.

Educar, en un sentido esencial, es educar desde la cultura y hacia la cultura, porque es en ella donde se forjan los valores constitutivos y permanentes.

La cultura es lo digno de reconocimiento y de resguardo, lo que constituye el cimiento irrenunciable de nuestra vida nacional, aquello que constituye nuestra identidad como nación, pero también como seres humanos dentro de una “escala de identidades” que acepta múltiples pertenencias.

La cultura es condición del éxito educacional, porque sin ella la educación no cumple cabalmente sus objetivos. La incultura reduce la eficacia de la acción educativa y, al contrario, un mayor nivel cultural permite un mejor aprovechamiento de los recursos y métodos pedagógicos. La cultura no es viable sin la educación, pero la educación no es viable sin la cultura.

Ambas exigen ser consideradas en su mutua co pertenencia, en la reciprocidad de su code- pendencia. Asumir en plenitud la circularidad entre educación y cultura es la única forma de lograr una sociedad culturalmente integrada, base fundamental para cumplir todos los demás objetivos sociales, políticos y económicos.

Pero si deseamos unir la cultura y la educación es porque tendemos a creer que ha habido una suerte de ensimismamiento en los sectores, que no permite estas articulaciones tan necesarias.

No queremos un ensimismamiento educativo, que la educación esté fijándose a sí misma sus fines, propósitos y metas. El sistema escolar siempre debe tener como punto de mirada la cultura y la sociedad. No deberíamos olvidar la lúcida advertencia que nos hizo Gabriela en uno de sus pensamientos sobre la educación: “Así como sea la escuela, así será la sociedad entera”.

Desigualdad

Otro tema estratégico y doloroso para Chile, y del que también la Mistral fue plenamente consciente, tiene que ver con el hecho social de la desigualdad.

La pobreza de la educación no es solo perjudicial para los excluidos. Lo más crítico es el talento que perdemos como sociedad, al no ser capaces de responder a las necesidades culturales y educativas de nuestro pueblo. Gabriela nos recuerda esto con su lenguaje inigualable:

“Conozco las almas maravillosas que ha sacudido el destino como una sarta de estrellas en la clase humilde; he visto tal vez los ejemplares más puros de la humanidad nacer, desarrollarse sin estímulo en un ambiente inaudita- mente hostil; pero sé también que cuando la naturaleza no pone en los hombres la virtud fácil como pone el perfume en la flor, sólo la educación es capaz de crear el sentimiento y tatuar los deberes en el pecho humano”

La tarea nacional sigue siendo la de introducir más igualdad, más aún cuando el país y la economía crecen. Gabriela nos lo dice claramente: “Si no realizamos la igualdad y la cultura dentro de la escuela, ¿dónde podrán exigirse estas cosas?”

La desigualdad socioeconómica está asumida por quienes se dedican hoy a la educación. Pero también la desigualdad en el acceso a la cultura y al arte es algo abismante. A veces podríamos pensar que por la fuerte expansión de la televisión o la radio en medios populares eso está aligerado, pero la verdad es que no es así.

De hecho, en la lectura de libros el resultado de encuestas recientes muestra a una mayoría de adultos que no leyó ningún libro durante el último año. Y si se revisa el guarismo por nivel socioeconómico, la situación es dramática: mientras tres de cada cuatro personas de nivel alto leyeron un libro, sólo un 18% de nuestra población de nivel bajo sí lo hizo. En la asistencia al cine, el teatro o la danza esta desigualdad es también brutal.

El tema de fondo, la “cuestión país”, es cómo darle un sentido más igualitario e inclusivo a nuestra educación y a nuestra cultura en una sociedad desigual. Cómo se logran escuelas o liceos inclusivos en una sociedad segmentada. Cómo nuestra educación logra ir a contracorriente del mercado y la lógica económica.

Por cierto esto implica también ver y actuar en otros ámbitos de combate de la desigualdad, ya que una mayor equidad en la educación requiere, para su eficacia real, de la humanización de la economía en general.

La cultura es la fuerza que nos enseña el asombro y nos permite avanzar hacia una educación integral. Cuando la Educación se limita a la asimilación de conocimientos y no se entiende como formación integral que busca ayudar a las personas a ser más libres, juiciosos y felices, se pierde su vocación más importante.

Ante el peligro creciente de la deshumanización generada por este movimiento hacia la especialización, debemos ser capaces de construir una perspectiva humanista válida, en la que se integre el saber en su unidad.

Pero además, la educación reducida a una transmisión de conocimientos olvida el sentido esencial que debe tener la enseñanza, que más que impartir conocimientos e informaciones –¡en la era de Internet!– es un “aprender a aprender”, enseñar el conocimiento sin perder de vista su integración en el todo de la vida humana. La propia Gabriela nos lo recuerda cuando afirma, como una adelantada, que “es un vacío intolerable el de la instrucción que, antes de dar conocimientos, no enseña métodos para estudiar”.

La cultura permite abrir en toda su amplitud los diferentes horizontes de la existencia humana.

Las acuciantes exigencias que impone el desarrollo empujan a la búsqueda de una inserción rápida de la fuerza de trabajo en el sistema productivo, descuidando el hecho de que la verdadera eficiencia de este mismo sistema depende del desarrollo integral de quienes lo integran y de la conciencia de la existencia de un proyecto común de comunidad en el que cada uno encuentre su lugar en un ambiente de respeto y de solidaridad mutua.

Derivada de esta concepción equivocada también aparece la tendencia a comprender la Educación exclusivamente como medio de adquirir una profesión que permita mantenerse o mejorar el status social que se tiene.

En estos casos, la educación pierde su carácter finalista para transformarse en un mero instrumento de inserción social o productiva dando lugar a individuos sin visión de mundo, haciendo un uso muy parcial de sus potencialidades como seres humanos.

Esto nos señala que la educación que buscamos no debe reducirse a un proceso pragmático, sino que debe buscar junto a ello la realización personal y el ejercicio de las facultades que permiten que la formación vaya unida al bienestar y la felicidad. Y esto es particularmente válido para la profesión más trascendente, la docencia, que hoy requiere con urgencia potenciar su valía en la sociedad.

El desarrollo cultural permite transformar la educación en un proceso que dura toda la vida y que no se limita a la escolaridad formal. Es equivocada y añeja esa idea de la educación que se limita a la enseñanza pre básica, básica, media y universitaria, y se olvida de lo que ha señalado la Unesco, que la educación es un proceso permanente, frente a lo cual las instituciones públicas deben encontrar respuestas prácticas, eficientes y válidas.

Vistos de este modo, los problemas educacionales no se limitan a encontrar soluciones para un determinado período etario, sino que pasan a ser objetivos que incluyen al ser humano en toda su trayectoria de vida, “desde la cuna y hasta la tumba” en palabras de Gabriel García Marquez, y para los cuales la participación en la cultura puede ser una importante respuesta.

Las escuelas, los educadores y el desarrollo humano

Es en la cultura donde todos los hombres podemos encontrarnos sin perder nuestras especificidades como individuos y como comunidades. Por eso se hace necesario replantear el problema del sentido de la educación teniendo en cuenta las relaciones que ésta tiene y debe tener con la cultura.

La cultura, el reforzamiento de los valores humanistas dentro de una sociedad, es la única garantía de que en ella se consolide el sentido de igualdad y solidaridad entre los ciudadanos, que se respeten los derechos humanos, que la vida se llene de belleza e imaginación, que se introduzca una mayor igualdad de oportunidades, que la convivencia genere paz y prosperidad.

Hacia esas metas grandes tiende la educación y debemos mantenernos vigilantes para que no volvamos a perder la libertad que en ocasiones se nos ha escapado. La educación libera y la libertad es la condición del desarrollo de la cultura. Hacia esa vigilia nos llama Gabriela:

“La libertad en la Cultura es un asunto que a muchos parece meramente literario y un tema casi constreñido a los círculos de letrados. Yo creo que muchos se han dado cuenta de que el asunto Libertad, aunque aparentemente gobierna en muchos países donde ella parece ya criatura ganada, retenida y eterna, es todavía un ente débil sobre el cual se debe velar día por día. Entonces sabemos que es prudente doblar el celo y observar cuáles ramas del saber, instituciones o escuelas, duran sin crecer y realmente perviven sin vivir.”

El celo que tengamos sobre las instituciones del saber, sobre los educadores y sobre la educación en general será lo único capaz de asegurarnos que nuestro futuro está ganado, nuestra sociedad más cohesionada y nuestra libertad consolidada.

Solo poniendo la mira en las metas más altas y exigentes del pleno desarrollo humano de todos nuestros habitantes, podemos asegurar la construcción de esa utopía común que llamamos Chile.

Hacia esa utopía nos encaminamos cuando, escuchando con atención las luminosas palabras de Gabriela Mistral, encontramos los muchos puntos de encuentro entre educación, identidad y cultura.

Fotografía de portada de Facultad de Educación UDP.

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