Revista Viernes / Contra la hegemonía

abril 11, 2019 Por antenna

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La artista Voluspa Jarpa y el curador Agustín Pérez Rubio son los encargados de dar forma al pabellón chileno en la Bienal de Venecia, el encuentro de arte contemporáneo más relevante del planeta, que comienza el 9 de mayo. Ahí, replicando la experiencia de un museo y una galería tradicional, cuestionarán mandatos hegemónicos como el racismo, el clasismo o el sexismo, de los que hoy nos seguimos tratando de sacudir. «Son ideas que últimamente se han visto amenazadas, pero al mismo tiempo sus defensores están reaccionando de una manera muy agresiva», dicen.

Revisa la nota que publicaron en Revista Viernes de La Segunda (29/03/18)

EI taller de la artista Voluspa Jarpa funciona estos días más como sala de prensa, estudio fotográfico y salón de reuniones que como un íntimo espacio creativo. Su trabajo para la Bienal de Venecia ya está hecho: 61 obras que compondrán el pabellón chileno en el evento de arte contemporáneo más importante del mundo. Ahora toca dar entrevistas. sacarse fotos, gestionar papeleos y coordinar a un equipo que suma a más de cien personas.

Rancagüina de nacimiento, Jarpa (47) es quizá la artista chilena que hoy cuenta con más presencia internacional, al menos es la primera en realizar una muestra individual en el Malba de Buenos Aires, en 2016. «Y tuvimos que producirlo todo en menos de cuatro meses», agrega a su lado el español Agustín Pérez Rubio, curador del pabellón. «En tres, porque comenzamos en diciembre», lo corrige Voluspa.

El proyecto se llama Altered Views (Miradas alteradas) y, emulando un museo, una galería y una ópera, se centra en una pregunta: cómo se ha moldeado el pensamiento hegemónico occidental. Por medio de seis casos puntuales desde el siglo XVII hasta el XX, la idea es cuestionar categorías que se han impuesto desde Europa —de género, de raza, de clase social, de política— y que han moldeado la identidad de los dominantes, los dominados y también de los subalternos, aquellos que quedan fuera de ese orden. «Las obras están pensadas para producir un efecto por sus características materiales y perceptivas, que no son sólo visuales: son quinésicas, auditivas, táctiles. El cuerpo del espectador pasa a ser parte de la obra», explica Jarpa.

Agustín Pérez Rubio: A través de la mirada cuestionamos cómo se han construido nuestras formas de ver hegemónicas; de qué manera codificamos al resto y a nosotros mismos. Porque incluso si tú te crees muy subalterno, muy gay, transexual, negro o indígena, incluso así nos quedan formas hegemónicas en nuestras maneras de mirar y reconocer.

Voluspa Jarpa: Una de las cosas fundamentales de la hegemonía es que es al mismo tiempo transparente y opaca. Nuestros pensamientos hegemónicos son tan fuertes que no somos conscientes de cuando estamos clasificando al otro en términos de género, sexualidad, clase o raza.

Cuando alguien insulta a otro por esos motivos, y el insultado acepta esa humillación, está operando una lógica de subalternidad, que le da lugar y razón a ese dominio.

¿Algo así como un dominado que está cómodo en su opresión?

VJ: Sí. Esto es interesante, y lo aprendí haciendo las obras: para que haya un dominante tiene que haber otro que acepta su subalternidad. Uno de los casos es el de unas mujeres en Viena, que en 1848 fundan un partido democrático en medio de un imperio monárquico absolutista No les importa asociarse entre mujeres de distintas clases sociales. Las baronesas y trabajadoras estaban en la misma lógica. Al principio, reciben el apoyo de los hombres trabajadores. Sin embargo, ellos también se convierten en objeto de humillación, y comienza a aparecer una serie de panfletos diciendo que si las apoyan, ellos se convertirán en las nuevas mujeres.

APR: Unas caricaturas donde aparecen unos hombres vestidos de mujeres con niños en brazos.

VJ: Esos hombres, finalmente, las dejan solas. y el movimiento se cae y se prohiben constitucionalmente las asociaciones de mujeres. Por eso. en casos como éste hay dos tipos de subalternidad: la que es expulsada de la hegemonía masculina, en este caso las mujeres, pero también otra, de los propios hombres, que dice: «vamos a seguir en este juego y no las vamos a apoyar». Reducir la hegemonía sólo al poder no es tan real. Es como pensar que Donald Trump no tiene el apoyo popular que tiene. Lo mismo Bolsonaro, que cuenta con un inmenso respaldo del pueblo, de los mismos a los que, «teóricamente» no les conviene. Hay ahí una transacción psicológica de poder.

En el contexto actual de Occidente, da la impresión de que estas hegemonías se están viendo amenazadas con el auge de movimientos como el feminista o el LGBTI. ¿Lo sienten también así?

VJ: Creo que se han visto amenazadas, pero al mismo tiempo la reacción de las hegemonías ha sido muy agresiva Si en cinco años más todo esto se revierte, no sería la primera vez en el último siglo que un movimiento crítico ciudadano termina siendo aplacado. Se podría pensar lo mismo de los movimientos civiles norteamericanos de los 60, que décadas después fueron reprimidos, igual que en América Latina. No sé si podría atreverme a decir qué va a ser más fuerte, si el cambio de paradigma o la reacción radical y conservadora contra ese cambio.

Además pareciera que no hay nada muy organizado, y que estos actos de odio surgen espontánea e individualmente.

VJ: He estudiado mucho en los archivos de la CIA la manera en que durante la Guerra Fría operaba la inteligencia, y eso me permite pensar que se trata de una vieja estrategia. La podemos ver, por ejemplo, en el caso de los hermanos De Witt. que también es parte del proyecto. Ellos gobernaban los Países Bajos en el siglo XVII, una república muy liberal y próspera, con libertad de culto. Permanecieron así casi 30 años, pero de pronto fueron invadidos simultáneamente por las monarquías inglesa, francesa y alemana, por mar y tierra. Investigando documentos gráficos, me encontré con panfletos, una especie de fakenews de la época. Si normalmente se producían unos 60 al mes, en los momentos previos a los hechos finales se lanzaron 1.600, demonizando a los De Witt, diciendo que estaban pactados con el demonio, que robaban. Ahí la gente se raya.

Es la fragilidad psíquica colectiva: si no hay comida, se corta la luz y te están invadiendo por todos lados, es evidente que te controle el miedo. Finalmente hay un complot: comienzan a agredirlos en la plaza pública, la cosa se desmadra y los terminan descuartizando, comiendo y vendiendo sus corazones. Yo creo que generar un nivel de violencia hasta llegar a comerse a alguien no es espontáneo. Tiene que haber un gatillante activo.

APR: Lo mismo pasó con los zoológicos humanos, otro caso del proyecto. Durante cien años se exhibieron en 16 países de Europa personas traídas de distintas partes del mundo, que fueron observadas por 400 millones de espectadores. Eso, en el contexto de las conquistas coloniales, en medio de discursos científicos que confirmaban la supremacía blanca. Y después nos preguntamos de dónde viene el racismo.

VJ: Ahora los europeos me decían: «qué bueno que ahora no somos así». Dan ganas de decirles: no, pero les están llegando guaguas ahogadas por el Mediterráneo porque no las dejan entrar.

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