¿Se puede sin relato? Por Sofía Lobos y Paula Espinoza

mayo 27, 2021 Por antenna

En Visiones Compartidas

Primero, una advertencia: lo que tenemos que decir aquí sobre el desarrollo de la cultura es, en buena medida, una crítica al propio sector.

Por cierto, una mirada que no ignora el contexto de su desarrollo, pero que busca respuestas para saber ¿por qué estamos como estamos? Segundo, el texto tiene una intención clara: examinar, ponderar y plantear el perjuicio que ha implicado para la cultura la ausencia de un relato.

Porque desde el regreso a la democracia -hace treinta años- el debate del sector se ha centrado en la institucionalidad y los recursos, lo que nos ha dejado sin un relato sustancial, y la falta de éste inmoviliza. Es no dar sentido a lo que hacemos y, lo más importante, el porqué lo llevamos a cabo pese a las dificultades que implica.

A partir de octubre del 2019 -del “estallido- la esfera cultural ingresó en un extraño limbo, donde los actores del sector participaron activamente de las movilizaciones sociales; no obstante, con el pasar de las semanas emergieron las primeras consecuencias económicas para el sector, las que se agudizaron con el inicio de la pandemia. Desde entonces hemos debido enfrentar una serie de cifras devastadoras para los trabajadores de la cultura.

La última encuesta del estudio longitudinal de empleo Covid-19 UC, da cuenta que un 44,5% de los trabajadores del sector artístico, cultural o creativo está cesante. Sí, casi uno de cada dos trabajadores de la denominada economía creativa no tiene ingresos, por lo que miles de familias han visto reducido parcial o totalmente su calidad de vida. Es, por lejos, uno de los sectores más afectados por la pandemia.

En estos días se está abriendo un debate para nada irrelevante. ¿Cuál es la relación de la cultura con la constitución?

Esta es una conversación que está siendo motivada por diversas organizaciones, pero que inquieta al mundo de la cultura en general. Si bien no es nuestra intención dar una respuesta a esta pregunta, sí lo es aceptar que ya no basta invocar la cultura por la cultura. Murió -hace bastante tiempo- el argumento de autoridad que hacía de ésta la piedra angular de la sociedad.

Cuando iniciamos conversaciones de este tipo ocurren cosas raras. Una de ellas es que rápidamente emergen las diferencias entre las y los actores, las cuentas pendientes y la relación entre un Estado que ha adquirido un rol subsidiario y las dificultades que eso implica para el quehacer del área.

Es raro porque son temas que surgieron en alguna contingencia previa en relación con la cultura. “Chile está en deuda”, una consigna e incluso un documento de política pública. Son como bengalas del pasado que nos nublan y nos impiden ver temas del presente y el futuro. Y si algo sabemos de la constitución -sin saber mucho- es que son rutas para avanzar.

Por ello, y porque es imposible abarcar todos las dimensiones que involucra la cultura, el arte y las industrias culturales, queremos proponer abordar tres dimensiones que progresivamente son esenciales para el sector.

En primer lugar, un contexto de creciente importancia de las plataformas digitales (por ejemplo, Onda Media, Spotify o Netflix) como medio de difusión/exhibición/comercialización.

De acuerdo con la Federación Internacional de la Industria Fonográfica, en la generación de ingresos a nivel global de la industria de la música , las ventas digitales corresponde al 63% del ingreso a nivel global el 2019; mientras la Motion Picture Association of America señala que la contribución en el caso audiovisual corresponde a un 48% de las ventas.

Ahora bien, cómo se enfrenta la digitalización es un tema especialmente relevante para aquellas expresiones más experienciales, como las artes vivas, además de un dilema ético asociado a las condiciones materiales necesarias para acceder y participar de dichas manifestaciones.

Un segundo asunto por atender es el dilema entre acceso -generalmente asociado a la gratuidad- y la monetización de la experiencia como fuente de trabajo.

A esto le llamamos dilema, pues si la motivación de la creación es ser escuchado, visto, tocado, aumentar el número de personas que accede a una obra es un propósito a perseguir; sin embargo, el problema es justo y simple: las y los trabajadores del sector requieren de remuneraciones. Así las cosas, un camino a seguir es el explorar medios de apoyo social o diversificar las fuentes de financiamiento, y con ello apostar a hacer viable el sector, y lo suficientemente robusto para enfrentar los estragos que está generando la pandemia.

Para finalizar, la dimensión que nos parece aún más relevante, pero a la vez más invisibilizada. Actualmente contamos con evidencia de los impactos que tiene el arte, la cultura y la creatividad en el desarrollo humano de los países.

Un aporte que está asociado a la innovación y la generación de tejido social y redes, entre otros. Tanto en Chile, como en Europa y Estados Unidos, se han desarrollado estudios de evaluación de impacto, los cuales han dan cuenta de los efectos (externalidades) de la participación y desarrollo de actividades artísticas de niñas, niños, jóvenes y adultos.

Estos logros son tanto individuales (mayor autoestima, liderazgo, etc.) como para la comunidad (regeneración urbana, aumento del turismo y comercio en los territorios, etc.). No obstante, esta evidencia no ha convocado a los tomadores de decisión (públicos y privados). Con ello, el presupuesto de Cultura sigue expuesto a recortes. Poca esperanza hay en revertir esta coyuntura si consideramos que esta cartera ni siquiera fue mencionada en el mensaje presidencial de este año.

El diseño e implementación de políticas públicas de fomento asociado a la economía creativa ha significado en los últimos gobiernos un gran desafío.

Debido a su relativamente alta contribución al PIB y participación en el empleo (entre el 2% y 4% a nivel Latinoamericano en ambos indicadores, elevado a casi un 8% en el Reino Unido), se suele enfocar el discurso en comparaciones con otras áreas productiva de la economía, lo cual no termina de convencer a quienes son objeto de la política: artistas, gestores, trabajadores de las artes y la cultura. Sin embargo, la crisis ha transformado en urgencia el contar con un relato que permita visibilizar la contribución del sector creativo, así como las diversas tensiones que enfrenta, de forma de promover su sostenibilidad a través de un ecosistema robusto, en el que no sólo se haga partícipe el Estado y los artistas, sino que se involucren otros actores de mundos como la academia, el sector privado tradicional y la sociedad civil.

Estamos frente a un cambio de paradigma respecto a modelos de desarrollo.

La transición entre siglo XX y XXI está llegando a su fin. Necesitamos de las habilidades que tradicionalmente se han asociado al sector artístico, cultural y creativo, las que a su vez contribuyen a la recuperación del tejido social, los niveles de confianza e incluso de salud mental.

La urgencia de respuestas concretas ante un sector en crisis puede ser una oportunidad para construir puentes con otros sectores. Estamos convencidas que un relato, una visión compartida, nos permitirá situar a la creatividad, el arte y la cultura en el modelo de desarrollo humano que nuestro país merece.

Sofía Lobos Araya. Economista U. de Chile y MA Gestión y Políticas Culturales U. de Manchester.

Paula Espinoza. Lic. en Lengua y Lit. Hispánica y Magíster en Teoría e Historia del Arte. Directora Ejecutiva de Fundación Saber Futuro.

Este artículo fue pública por lemondediplomatique.cl el 16 de septiembre de 2020.

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