Desde comienzos de este año, Viña Garcés Silva se sumó como colaborador a la Comunidad Antenna y ha estado presente en nuestras Sesiones Círculo Antenna, acompañando nuestros encuentros con sus maravillosos vinos. Esta alianza refleja una afinidad profunda: la pasión por el detalle, la búsqueda de lo bien hecho y la convicción de que el arte –como el vino– es un espacio de encuentro y disfrute compartido.
Conversamos con María Paz Garcés Silva, socia y directora de Garcés Silva, para que nos contara la historia de este viña y su conexión con la cultura.
En el corazón del valle de Leyda, donde la influencia del océano Pacífico se mezcla con suelos graníticos y un clima frío, nació hace más de veinte años Viña Garcés Silva. Esta bodega familiar no solo fundó un viñedo: ayudó a dar vida a toda una región vitivinícola. Lo que comenzó como un campo adquirido por el padre de la familia se transformó en un proyecto pionero cuando, a fines de los 90, un esfuerzo colectivo logró traer agua del río Maipo a lo que era un secano costero donde no había infraestructura para el riego. Este hito dio nacimiento al valle de Leyda como terroir. Los primeros viñedos de Garcés Silva se plantaron a partir de 1999, y en 2003 nacieron sus primeros vinos.
“Para nosotros tiene un significado especial porque es un campo que mi padre compró pensando en su amor por la tierra. Cuando llegó el agua, supimos que Leyda sería un lugar único para vinos blancos. Fue una apuesta arriesgada, pero profundamente familiar” comenta María Paz. Hoy, de los cinco hermanos, son dos quienes están directamente involucrados en la viña, aunque toda la familia mantiene un compromiso cercano con el proyecto, siendo este el único de sus negocios que lleva con orgullo los apellidos Garcés Silva.
Sus vinos han sido reconocidos en Chile y en el extranjero, pero para María Paz la validación más significativa ocurre en casa. “Chile es un país productor, muy competitivo en tintos. Posicionarse con vinos blancos de alta gama fue un gran desafío y hoy es un orgullo”. La bodega se ha consolidado con vinos gastronómicos que reflejan su terroir, entendido como la suma de geografía, clima y trabajo humano. “Queremos que cada botella hable de Leyda: su cercanía al mar, sus rocas graníticas y nuestro modo de trabajar de manera orgánica”, explica.
La familia entiende la viña como un espacio de respeto por el entorno. Esta forma de trabajar refleja también su vínculo con la cultura, que se materializa en sus etiquetas, para las que han colaborado con artistas como Benjamín Lira y Alfredo Echazarreta. Incluso el nombre de su línea icónica, Amayna, nace de la palabra "amainar", la calma que sigue a la tormenta, un término muy propio del campo chileno. “El vino, cuando se hace en pequeña escala, es muy parecido al arte: requiere paciencia y pasión. Por eso nos sentimos tan cercanos a Antenna. Nos mueve el mismo espíritu de crear con dedicación”.
Ese vínculo se expresa en la alianza con Fundación Antenna. “Nos llena de alegría cuando en una sesión alguien nos dice: ‘el vino estuvo extraordinario’. Compartimos con Antenna la búsqueda de lo bien hecho. Así como ustedes cuidan la presentación de un artista, nosotros cuidamos todo lo que acompaña al vino: la copa, la temperatura, el maridaje. Nuestro trabajo termina cuando la botella se descorcha. Ese es nuestro círculo completo”.
Y hay un detalle que hace de cada encuentro algo único: según el clima o el espíritu de la sesión, los vinos seleccionados cambian. Así, cada actividad Antenna se convierte en una oportunidad para descubrir una nueva faceta de Viña Garcés Silva, siempre en sintonía con el arte y el momento compartido.
Conoce más de la viña en su página web.