En ese terreno cubierto de pinos y especies introducidas, iniciaron un paciente proceso de restauración ecológica: despejar el lugar, recuperar la vegetación nativa y, poco a poco, dejar que el paisaje respirara.
Mientras este proceso avanzaba, surgió la idea de hacer del arte una presencia activa en ese entorno. George, arquitecto de formación y con una vida ligada a proyectos con sentido social, junto a Cecilia, decoradora e interiorista, invitaron al artista y escultor Carlos González a sumarse a esta transformación. Desde entonces, han sostenido una colaboración marcada por la confianza, la sensibilidad y el ritmo del lugar.
Las esculturas de González, definidas por su geometría, lenguaje abstracto y una marcada austeridad, comenzaron a ocupar distintos rincones del terreno. Lejos de pensarse como un parque escultórico o un recorrido fijo, el proyecto permitió que cada obra pudiera encontrar su sitio de forma orgánica.
Por ahora, el lugar permanece cerrado al público. Sin embargo, no se descarta que en el futuro pueda abrirse como un espacio de contemplación y encuentro, donde arte y naturaleza sigan dialogando a su propio ritmo.